Había una vez una niña, que vivía en el país de las sombras; siempre estaba rodeada de ellas, las veía a su alrededor, siempre las veía, pero jamás podía tocarlas, ni hablarles. Las sombras siempre estaban cada una en sus asuntos, asuntos importantes. La niña fue creciendo y aprendió a hablar, caminar y vivir a su manera, era una manera muy extraña, pues la niña, no se sentía muy bien cuando sombras extrañas le acompañaban o buscaban relacionarse con ella.
A la niña le
gustaba dibujar, y escribir cosas, a veces mostraba a sus sombras lo que creaba, pero ninguna le prestaba atención, esto la hizo sentir mal, pero la niña no
dejó de hacer lo que tanto le gustaba. Solo dejó de compartirlo con las sombras.
Y así, paso el tiempo y la niña comenzó a vivir en su propio mundo, uno en el
cual las sombras no podían ver lo que ella hacia ni saber lo que sentía y a ella
comenzó a gustarle estar en ese mundo oscuro porque la niña ya no encendía
ninguna luz (así las sombras no podían verla ni ella a las sombras), pero un día
la niña comenzó a notar que su pecho crecía y crecía no sabía a qué se debía y
la verdad no le prestó atención al principio, pero tras pasar algún tiempo el
pecho comenzó a dolerle, le dolía demasiado y una noche esperó a que las
sombras no estuvieran cerca y decidió encender la luz y mirarse al espejo, allí
se dio cuenta de lo que causaba su dolor: había guardado demasiadas palabras en él, tantas, que este se enfermó y quería explotar. La niña se miró y de
repente su reflejo le habló
-Debes
decirme lo que guardas, debes confiar en mí y sacar todas esas palabras que
tienen enfermo tu pecho, así te sentirás mejor y tu corazón no explotará.
La niña le
dijo que era muy difícil.- ella nunca había contado sus sentimientos a nadie,
no confiaba en nadie, ni siquiera sabía cómo hacerlo-
-Solo mírame.
¿Lo ves? Esta eres tú. ¿Dime que ves? Dime que guardas allí en tu pecho pequeña
La niña miró
su reflejo, y recordó esas palabras que le quedaron grabadas en la memoria y
que ahora guarda en su pecho inflamado…
-Soy fea…soy
muy fea, por eso las sombras no me quieren. -El reflejo sonrió y le dijo que no
había en ella nada feo, que era muy especial, pero la niña no le creyó
-Dime, ¿que
mas guardas allí? Debemos desinflamar todo tu pecho. No te juzgaré. Lo prometo.
-Todos
piensan que soy mala, por eso, debo ser mala. Y eso me hace sentir mal, no
quiero ser mala.
-No lo eres,
eres una niña buena, hay sombras que solo mienten para herirnos pero no debes
prestar atención a ellas, eres muy bue -la niña interrumpe con un grito muy
fuerte-
-¡cállate! ¡Solo
mientes! Tienes lastima por mí, porque ni siquiera eres alguien.
-si soy
alguien, soy tú, pequeña.
La niña
golpeó con fuerza el espejo y cientos de pedazos cayeron al suelo.
La niña se
asustó por lo que hizo, corrió y apago la luz. Se acostó en su cama y se escondió
bajos sus sabanas. Solo quería dormir, quería olvidar que había destruido lo único
que le había escuchado y tratado bien en su vida.
La niña durmió
y durmió, a veces despertaba y comía, pero muy pronto volvía a lo mismo, a la
oscuridad de sus sueños, a esa que tanto se parecía a la que la acompaño desde
el día en que intento encender las luces para siempre, pero fue demasiado
tarde, las luces no encendieron jamás.
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